Esta eau de toilette creada en 2.005 por Jean-Claude Ellena, perfumista que actualmente trabaja en exclusiva para Hermès, forma parte de la serie de los jardines. Es por su frescor muy adecuado para el verano.
Desde la primera vez que la olí me sorprendió por ser absolutamente diferente a cualquier otra fragancia.
A pesar de su salida de mangos verdes yo no clasificaría este perfume como frutal, si no como un fougère, huele mucho a hierbas, a verde y a acuático, encajando perfectamente entre lo cítrico y amaderado en la clasificación de perfumes de Michael Edwards.
En el inicio domina el mango verde, lo que le da un aire de sensual exótismo, claridad nítida y diafana, delicado. Recuerda algo a las colonias de base cítrica pero la presencia de pomelo le aporta nuevos matices amargos, muy astringentes y secos y a la vez algo vegetal o de huerto.
Del mango verde no pueden extraerse aceites esenciales pero su aroma puede reproducirse con exactitud sintéticamente.
En la composición también hay acentos de uvas que parecen alternar con las notas cítricas, lo que se traduce en un efecto contrastado de suavidad satinada, sobre el que se abren paso las notas medias dominadas por la flor de loto.
La flor de loto, con su verdor refrescante, enlaza con suavidad, sin cambios abruptos, siguiendo la pauta que se ha marcado en las notas de salida, entrando en una fase claramente floral. En el fondo, en la fase media, se puede notar, fijándose mucho, un ligerísimo acento de clavo o quizás algo de cuero, que por otra parte está presente en todas las fragancias de Hermès, y que junto a algo cremoso, ¿ jazmín?, van atenuando los restos del acorde de salida, consiguiendo algo muy distinto y nuevo, con un almizcle más etereo, casi traslúcido, con un puntito de anís y hierbas de las que pueden crecer en los limites del jardín donde la humedad se mezcla con la aridez de las arenas o los juncos que crecen espontáneamente en los márgenes de las rieras, persistiendo con insistencia la sensación de lo verde llegando a las notas finales en las que se aprecia algo de madera.
En mi piel, a las 5 o 6 horas, subitamente una explosión de rosas, una rafaga que apenas dura uno momento, inunda todo el espacio a mi alrrededor, como si se hubiera colado una ráfaga de aire que llega de otro jardín, como el efecto de encender una varilla de incienso de rosas. Las primeras veces que aprecié esta sensación pensaba que era el perfume de otra persona pero cuando lo he experimentado estando sola no me cabe la menor duda de este efecto y eso para mí es lo más impresionante de Un jardin sur le Nil.
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